miércoles, 14 de abril de 2010

Las uniones civiles y la economía venezolana



Ciudadana Diputada
Cilia Flores
Presidenta
Asamblea Nacional
República Bolivariana de Venezuela

Parece mentira que a estas alturas la asamblea que usted dignamente preside no haya aprobado lo que haya que aprobar para dar lugar a la legalización de las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Lo digo porque si le creemos a la gente de la oposición, el partido de gobierno (y el gobierno mismo) está dirigido en buena parte por lo que comúnmente llamamos gente gay. A la simétrica, si oímos a los voceros del proceso, entre los opositores lo que abundan son dirigentes de esa misma orientación sexual.

Entonces ¿Cuál será el impedimento?

Se me ocurren tres:

1.La clase política en pleno está formada por ignorantes que no se han enterado de que el ejercicio de la sexualidad (en cualquiera de sus orientaciones) entre adultos que se pongan de acuerdo para ello es un derecho personalísimo que no representa ni delito ni enfermedad alguna ni amenaza a nadie.

2.La clase política en pleno está formada por mentirosos y, al igual que en Irán, aquí los gays no existen.

3.Le tienen miedo a los curas.

Como la iglesia anda tan rayada por estos días, me parecería de un ventajismo desleal tumbarles el parapeto doctrinario que sustenta la homofobia, tan caduco como la lapidación bíblica de las mujeres adúlteras. También me parece aburrido repetir lo que ha puesto en evidencia la ciencia desde años sobre lo sanas y normales que son las diversas orientaciones sexuales, o el obvio discurso político que dice que si los ciudadanos gays tienen los mismos deberes deberían tener los mismos derechos que todo el mundo.

Creo que, a estas alturas, el argumento definitivo e irrefutable es el que nos da la economía.

Está documentado que una estrategia de supervivencia histórica de los grupos oprimidos de toda índole es desarrollar la capacidad para armar una buena rumbita. Pregúnteselo a cualquier antropólogo. Al día siguiente a la publicación en gaceta de la legalización de las uniones civiles comenzará a crecer una bola de nieve de bienestar económico impulsada por el boom de las agencias de fiestas montando los saraos nupciales (o unión-civilistas, o cómo decidan llamarlos) de este aproximadamente 10%, según el clásico estudio de Kinsey, de la población. No olvidemos que esos ciudadanos tienen familias y amigos de otras persuasiones que, con toda seguridad, se sumarán al jolgorio. Calcule usted el beneficio a la industria del tequeño; los fabricantes de cotillones; los modistas, sastres y alquiladores de trajes; las orquestas, mariachis y DJs mata-tigres; los floristas y fabricantes de centros de mesa; los que graban los videos y hacen las crónicas sociales; los que envasan el hielo en bolsas. Si las parejas gays se parecen en algo a sus semejantes heterosexuales, se multiplicarán las ventas de artefactos de línea blanca y otros adminículos más o menos inútiles propios de las listas de bodas.

No crea que estoy exagerando cuando digo que este puede ser el empujón que necesita una economía tan estancada como la nuestra. Ha pasado antes.

Un buen ejemplo de ello es lo que ocurrió en el barrio de Soho de la ciudad de Londres durante el gobierno de la primera ministra Margaret Thatcher. La dama de hierro nunca fue propiamente un adalid de las causas más progresistas, más bien todo lo contrario, pero ciertamente era una gerente pragmática y eficiente.

El Soho había sido desde la época victoriana el barrio de la prostitución, la pornografía y el tráfico de drogas, una mancha en pleno centro de la ciudad. También era una zona “alternativa”, de cafés bohemios y pubs gays. Dos caras de la misma moneda: un territorio oscuro, peligroso, con problemas de infraestructura pero también una zona con mucho carácter, atractiva e interesante.

Los yuppies conservadores inventaron un plan para atraer con incentivos fiscales a inversionistas dispuestos a montar negocios legítimos que revitalizaran la zona. Descubrieron algo que, de manera bastante peyorativa, llamaron la “libra rosada”. Entre la gente gay de clase media hay muchos profesionales exitosos, sin demasiadas cargas familiares y dispuestos a gastar buena parte de sus ingresos en cultura, entretenimiento, actividades sociales y de mejoramiento personal. Reunieron a un grupo de pequeños empresarios gays (o afines a la comunidad gay) que respondieron montando cafés, restaurantes, galerías, librerías y tiendas que convirtieron al Soho, primero en el barrio gay por excelencia de la ciudad y luego en el barrio de moda para gente de cualquier orientación sexual. Bajó la delincuencia, aumentó la generación de impuestos y la ciudad ganó un atractivo turístico más. Ahora cualquier fin de semana desfilan por Old Compton Street miles de personas (familias tradicionales incluidas); en verano las aceras se llenan de sillas y mesitas, y se puede disfrutar el mejor capuchino de la ciudad.

Poner fin a la homofobia, la discriminación patológica, insensata y primitiva contra la gente gay, no es solo una exigencia del avance de la humanidad, también puede ser buen negocio. A legislar, señores.

Atentamente,


Edwin Erminy
(Esta carta fue enviada vía electrónica a la dirección de la diputada Cilia Flores en la Asamblea Nacional. Nunca fue respondida.)
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