Estreno mundial de un musical basado en la novela "Doña Bárbara" de Rómulo Gallegos en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela.
1. Doña Bárbara , Gallegos y yo?
Mi relación con el maestro Gallegos, para usar una frase propia de la web, es complicada. Comienza conmigo, negándome a leer Doña Bárbara en tercer año de bachillerato porque era obligatorio. Sigo pensando que es un argumento perfectamente válido para no leer algo. Decidí leerla en las vacaciones de verano de ese año, justo después de aprobar Castellano y Literatura apoyándome en el resumen de mala muerte de la novela que encontré en un libro de texto.
De esa primera lectura me fascinó el llano que describía Gallegos, que era como un planeta desconocido para un bicho urbano, recién regresado al país, como yo. Y por supuesto, me encantó la Doña. Yo quería que ella, por apasionada, por auténtica, por arrecha, le ganara la partida al santurrón adeco de Santos Luzardo. Como buen carajito ñángara me parecía que el caraqueño venía, prepotente, machista, a atropellar la identidad de los llaneros, su modo de producción ancestral y hasta la ecología de ese paisaje.
Con esa mezcla de apertura y recelo, sumado a un prejuicio de años contra los nacionalismos extremos y eso que llaman las danzas nacionalistas, me aproximo a la producción.
2. Orinoco y yo!
Llegué a esta producción porque estoy enamorado de sus creadores. Conocí a la dupla de Carolina Lizarraga (bailarina, coreógrafa y maestra) y Roque García (productor artístico, iluminador y realizador de video), cómplices en la vida artística y en la marital también, en plena producción de su primera producción, Venezuela Viva. Me pareció que estaban total y denodadamente locos. Habían reunido una tribu insólita de bailarinas y bailadores, músicos y cantantes, técnicos y realizadores, de los lugares más disímiles del país. Con esta tribu montaban regularmente una especie de campamento gitano en Caracas o Valencia para compartir los ensayos y el montaje de una pieza de danza narrativa (flamenco, flamenco-fusión, joropo, aderezado con elementos contemporáneos) sobre, ni más ni menos, la historia de Venezuela. Completa. Con música en vivo, con proyecciones de video en múltiples pantallas, con un despliegue impresionante de cambios de vestuario. Financiados por nadie, a punta de entusiasmo y creer fanáticamente en lo que se hace. Tenían que estar locos.
Les asistí con un par de ideas escenográficas y los acompañé en sus temporadas del Aula Magna de Caracas, el Forum de Valencia y el Teatro Teresa Carreño.
En las pausas, hablábamos de nuestra afición compartida por el mundo de la ópera y los musicales. En una de esas me comentaron de un proyecto que venían madurando desde hacía tres años. Ya no una pieza de danza narrativa sino un musical, con todas las de la ley, basado en Doña Bárbara. Lo querían llamar Orinoco. Como ya tenía confianza con ellos, inmediatamente les lancé dos preguntas: primero, ¿Qué carajo tiene que ver el Orinoco con Doña Bárbara?, y segundo, ¿Puedo , por caridad de Dios, trabajar con ustedes en la creación de eso? Las respuestas: Gallegos retrata a Doña Bárbara como "hija de los ríos", entre ríos, en la región de la Orinoquia, se crío y por los ríos se perdió, nacimiento, muerte, renovación, el Orinoco es nuestro río emblemático; y, si, me invitaban a trabajar con ellos. Ya tenían el libreto prácticamente listo.
3. La escenografía.
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Gallegos concibe el llano como el escenario en el que se enfrentan dos fuerzas: civilización contra barbarie, Santos Luzardo contra Doña Bárbara, la hacienda Altamira contra la hacienda El Miedo.
La escenografía representa esa visión. A la izquierda del público, el lado Altamira es apolíneo. Una construcción, la casa de la hacienda, sigue las líneas de la arquitectura de la temprana modernidad, cuenta con electricidad, un molino de viento y tuberías para el agua; todo sobre colores claros. A la derecha, el lado El Miedo, es totalmente orgánico. Ramas de árboles en plena sequía contra un fondo oscuro y sangriento; hierbas salvajes, gamelote, invadiendo el espacio; líneas angulosas y retorcidas, en contraste con las rectas del lado opuesto.
Altamira
El Miedo
Entre ambos polos, el llano, representado por el tablao, foco de toda la acción coreográfica. Al fondo, los músicos, tal como estarían si estuvieran tocando en el llano. A la sombra de un araguaney, en silletas de cuero, frente a una pared de bahareque. De esa manera, los músicos, lejos de estar escondidos en el foso, se convierten en una presencia escénica.
La pared de bahareque es el soporte de una p
asarela, espacio para apariciones de personajes (incluyendo un ascensor contrapesado) y segundo plano de la acción escénica. Como fondo una gran pantalla LED, en la que Roque muestra una impresionante colección de imágenes del llano venezolano, referencias a lugares y tiempos de la acción, así como algunos efectos dramáticos.
La realización estuvo a cargo del equipo de Producciones Setting, a cargo del impecable Ramón Perez Pina.
Cuentos de espantos.
Altar de brujería.
fotos cortesía de Roque García, Fundación Venezuela Viva.
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