jueves, 11 de marzo de 2010

YO EXISTO: Una carta a Su Eminencia Jorge Cardenal Urosa Savino




Su Eminencia
Jorge Cardenal Urosa Savino

Caracas

Eminencia,

Antes que nada, y siguiendo una tradición venezolana de toda la vida, le pido la bendición. Que Dios sabe que buena falta nos hacen a todos en estos tiempos todas las que nos puedan dar.

A lo que iba. Acordemos, para empezar, que existo. Venezolano, portador de cédula y de este domicilio; católico como los de aquí, o sea que me hago la señal de la cruz y digo bajito “en nombre de Dios” cuando salgo de mi casa, a ver si me va medio regular y por lo menos sobrevivo para ver el día siguiente, y me encomiendo a la Virgen cuando paso la tarjeta de débito en el supermercado sin estar seguro que me alcance el saldo. En estos pequeños dramas cotidianos, así como en los trances más grandes, invoco la presencia de lo divino. De resto, bien gracias. Si las cosas salen bien, vale decir, si no me matan en la esquina de mi casa y salgo con mis bolsitas del supermercado, la presencia de Dios pasa cómodamente al asiento de atrás.

Claro, también hay momentos en los que creo me golpea Dios con un martillo luminoso en la cabeza. Por ejemplo, cuando oigo una cantata de Bach o cuando veo El Ávila al amanecer de un domingo cualquiera o cuando veo el rostro de mi amado. Y si son las tres cosas a la vez: ¡olvídese del éxtasis de Santa Teresa! Tristemente, estas experiencias místicas mías son más bien efímeras y eventuales, ¡qué más quisiera yo que andar iluminado por la vida!

Si confieso que mi diálogo con el Creador es más bien casual y de a raticos ¿qué decir de mi relación con la iglesia Santa, Católica, Apostólica y Romana?

Mi relación con la iglesia se parece a la que tengo con los partidos políticos: por un lado admiro su entrega a un ideal, su vocación de servicio, los momentos de heroísmo en su historia, las grandes obras que han propiciado. Los respeto, pero no me inscribo, ni voy a reuniones. En el caso de nuestra iglesia no puedo dejar de afirmar mi ferviente admiración por las monjas de Fe y Alegría, los padres Arturo Sosa y Luís Ugalde, y los curas de mi Colegio Francia que se fueron a bregar a los barrios de Petare, entre otros. Por otra parte, no puedo dejar de pensar en las incoherencias, las traiciones, los horrores, que forman parte de su historia. Errores, se dirá, propios de instituciones humanas y superados hace rato. Pero errores de una gravedad, de una profundidad tan grandes que me impiden salir a sacarme el carnet de catequista como si no hubiera muertos inocentes de por medio.

Así que por mi, bien bueno. Yo, por mi lado, entendiéndome a mi manera con el Altísimo y ustedes, por el suyo, en lo mismo. Cuando nos encontramos, bien. Y si no, no importa demasiado. A la venezolana: el cariño es el mismo y pa´lante es p´allá.

Sin embargo, hay un asunto público en el que la posición actual de la iglesia, que usted dignamente encabeza en nuestro país, se está instalando justo al centro de mi vida privada. Se trata del aparentemente espinoso tema del reconocimiento legal de las relaciones entre personas del mismo sexo.

Así que volvamos, si me lo permite, al inicio de esta carta. Habíamos quedado en que yo existo. Existo tanto como mi pareja, que es de mi mismo sexo, y ambos existimos como miles de parejas del mismo sexo que existen en este país y en el mundo desde mucho antes que San Pedro pusiera las primeras piedras de la iglesia.

Que esta reconozca que existimos es ya un logro que nos acerca. Un logro, digo, considerando los precedentes históricos en lo que la institución ha negado la existencia de cosas que simplemente no le cuadraban por razones doctrinarias: que si la tierra es redonda y gira alrededor del sol, que si la sangre circula por el cuerpo y otras menudencias por el estilo.

Claro, una cosa es reconocer que existimos y otra, muy diferente es aceptarnos. Aquí corremos en el mismo lote que históricamente corrieron judíos, negros e indígenas americanos. El de aquellos que la iglesia no acepta como iguales, también por razones de doctrina, y contra los que ha justificado la segregación, la esclavitud e incluso el exterminio.

Tengo fe que, al igual que en los casos de Galileo Galilei y del pueblo judío, la actual posición de la iglesia pueda cambiar. Que algún día algún Pontífice Romano siga con nosotros el ejemplo de Su Santidad Juan Pablo II, cuando en el año 2000 salió de buena gente y pidió disculpas por los pecados cometidos por la iglesia en el pasado en estos y otros casos. Ya me imagino la plaza de San Pedro convertida en un mar de banderas arco iris cuando logremos finalmente reconciliarnos. Es que, Su Eminencia, la capacidad de los gays para armar una buena rumbita es prodigiosa. Se ha nutrido de siglos de sufrimiento. Así sobrevivimos.

Ese día va a llegar porque la evidencia de que los homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales, somos gentes normales y corrientes, diferentes solo en nuestra orientación sexual, es abrumadora. Que esta orientación sexual no es fruto de una selección personal perversa, ni de deformación o enfermedad alguna, sino la expresión de características propias de nuestros cuerpos y mentes. Que, por lo tanto, no somos contagiosos, ni dañinos, y hasta bien chéveres podemos llegar a ser. Eso lo sabe casi todo el mundo desde que la televisión era en blanco y negro.

El problema es que los procesos de una institución tan antigua y conservadora suelen ser bastante lentos y yo me voy poniendo viejo e impaciente y nada que logro resolver mi situación. Pero fíjese que hay una solución práctica mientras logramos dejar atrás la Santísima Inquisición y entramos en algo que se parezca a un futuro feliz.

Y vuelvo al argumento de entrada: yo existo. Si por apego a un dogma que ya huele a rancio, Su Eminencia y nuestra iglesia no me pueden aceptar todavía como un ser humano digno, yo, como cristiano lleno de compasión, humildemente los perdono. Si algún día nos tomamos un cafecito podemos seguir hablando con más detalle del tema, a ver si los logro hacer entrar en razón. De lo contrario, con todo respeto, con mirar para otro lado tiene. A quien si es verdad que no voy a perdonar ni de vainita es al Estado.

Porque resulta, Su Eminencia, que si a alguien se le ocurre la locura de poner a este país en guerra con otro, yo voy a estar llamado a defenderlo. Que si llego a ganar suficiente real, el SENIAT me va a obligar a pagar mis impuestos completicos. Que al señor de la alcaldía tengo que pagarle el derecho de frente y que tengo que respetar a mis vecinos y portarme como mandan las leyes de la República. Porque yo soy parte de este Estado y tengo los mismo deberes que cualquier otro. Por lo tanto, lo menos que puedo exigir es tener los mismo derechos que cualquier otro.

Que si me llego a morir, mi compañero pueda heredar lo que corresponda. Que podamos compartir un seguro como pareja. Que yo pueda dar la orden de suspender la resucitación si está más allá de salvarse en una terapia intensiva. Que podamos compartir bienes en comunidad. Asuntos todos privados y de la esfera civil que nada en absoluto tienen que ver con la iglesia.

Usted me dirá de qué manera esto pone en riesgo el matrimonio de la señora de al lado y su marido, o cómo es que esto va a hacer que ahora todos los niños y niñas del país se conviertan de la noche a la mañana en homosexuales rabiosos. Ojala pudiera entender, Su Eminencia, que lo que va a ocurrir, espero que más temprano que tarde, es el reconocimiento legal de algo que ya existe. La ley no va a crear nuevas relaciones homosexuales (¿cómo habría de crearlas?) sino que va a saldar una deuda de justicia con unos ciudadanos históricamente marginados.

Hasta aquí, todo muy civilizado. Pero es que resulta que al amparo del dogma ha crecido una abominación que es nuestro deber, el suyo y el mío, erradicar para siempre.

Se trata del odio irracional, patológico desde el todo punto de vista, hacia los homosexuales.

La homofobia existe y es peligrosa. Ya lo han advertido los organismos internacionales. Está detrás de los escolares y maestros que maltratan y marginan a los niños, niñas y adolescentes que presumen “raros”. Está detrás de los homicidios de transexuales en las avenidas de nuestras ciudades, convertidos en animales de cacería para entretenimiento de muchachones en Hummers, ante la indiferencia o la complicidad de las autoridades. Está detrás de los matrimonios infelices de homosexuales casados por guardar apariencias para sobrevivir a la persecución de sus superiores en empresas privadas y en la milicia. Está detrás de quienes, para referirse a la posibilidad de que se legalicen las uniones civiles entre personas del mismo sexo, suscriben publicaciones pidiendo nuestra muerte. Está detrás de los políticos de ambos bandos, en este país picado en dos, que utilizan la homosexualidad como herramienta para descalificar a sus adversarios. Usted lo sabe, porque a su propia institución la han salpicado con esta basura primitiva.

Ya está bueno ya. Se impone, Su Eminencia, que usted, como Príncipe de la Iglesia, como pastor de este rebaño, como cristiano y como ciudadano, se pronuncie. Este es un ruego, una exhortación, y, con toda humildad, una exigencia. Está en su poder ayudar a ponerle un límite a tanto odio.


Y que Dios lo bendiga a usted también.


Edwin Erminy

5 comentarios:

  1. Querido Edwin:

    Soy católica practicante, pero tengo el mismo problemas que las minorías (¿o serán mayoría, pero lo ocultan muy bien?)sexuales frente a la Iglesia:
    no acepto esa discriminación.
    Deseo también que algún día no muy lejano la Iglesia rectifique, pida perdón y todos seamos felices aceptando a los que tengan diferencias de cualquier tipo: sexuales, ideológicas, sociales, raciales, etc. Besos, Edén

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  2. ¡Amén! Gracias por tus palabras. Yo también creo que la iglesia no es solo la jerarquia y que, a medida que todos abramos nuestras mentes y nuestros corazones a los que son diferentes, cambiará la política de la institución.

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  3. Bravo Edwin!!!
    Es clarísimo que nadie debe dar la espalda a sus responsabilidades. Ni la iglesia ni los Estados. Y ojalá nos toque ver los tiempos en que, de verdad, todos se enfrenten a sus deberes con descarnada humanidad. Entonces, sí seremos libres. Yo creo que estamos cerca, basta con ver cómo se derrumban de a pedacitos las instituciones que creíamos más sólidas. ¿Acaso la Iglesia Católica no encuentra en estos días cómo saldar las deudas de tantos crímenes pedofílicos que siempre fueron conscientes que ocurrían -si acaso siguen ocurriendo- en el seno mismo de su santidad?..
    Siga valiente, querido amigo, que seguro el cielo te espera. Dios también te bendiga!!!
    Cariños
    Rosa

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  4. Hola Edwin, hace ya mas de dos meses me conseguí con Ralfina, lamentablemente fue en el entierro de Cristina Von der Hayde. Ralfina me habló de este blog pero no di con él, he de confesar que tampoco busqué con mucho empeño, hoy vi lo de la escenografía y di con el nombre Operas Tra(n)satlánticas, que Ralfina no recordaba en aquel momento. Hurgando por aquí y por allá di con este artículo. Me gusta, el artículo y el blog todo, no quiere decir que esté de acuerdo en todo pero creo importante que el que sabe escribir, escriba y deje sus ideas a la vista.
    Le he recomendado tu blog a varios de los que ya nos conocemos pero que estamos desconectados por las distintas circunstancias de nuestra vida, no nos veremos de fiesta en fiesta pero espero que al menos no sepamos de nosotros solo en los funerales.
    Besos

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  5. Hola, Hortensia. No sabía nada de la muerte de Cristina. Qué tristeza!
    Recibe un abrazo grande, mantengamos el contacto.

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